
Ligeia
20-35 min 160°c
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½ de mantequilla en barra
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4 pastillas de chocolate para derretir
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2 huevos
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Una taza de harina de trigo o maicena (al gusto)
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Al emplatar azúcar glas para el relleno.
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Por años me he petrificado para pensar en ella. En su figura delgada y puntiaguda, en la piel de color marfil que tanto avivaba el color negro de su cabello. Tan lacio y oscuro como la misma noche en la que se esconden los cuervos. Mi último recuerdo de ella fue su muerte, tan plácida como siempre lo fue, con los ojos oscuros y expresivos que penetraban mi alma llevándola a la calma, libre de tiempo.
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Pero ahora estaba enfrente del otro cadáver de mi segunda esposa, quien siempre me había recordado a Ligeia, mi sirena de la noche. Hasta su propia forma de morir, tan diferente a mi amada, me la recordaba.
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Ahora me hundo en esta maldición que no me interesa. Me convertí en un espectro en el día y una sanguijuela en la noche, siempre buscando algo que me la recuerde. Por eso abandoné a mi segunda esposa y caminé a la cocina, el lugar que más apreciaba Ligeia. Toqué la mantequilla tibia, tan suave y pálida como su piel y la puse en la sartén, en donde se derritió junto con unos trozos de chocolate. Tomé el huevo y lo rompí en su taza de vidrio favorita y mezclé el chocolate justo como ella me enseñó.
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El olor era como en los viejos tiempos cuando ella sonreía en la cocina mientras mezclaba con gran paciencia y sabiduría. Una taza de harina era suficiente para darle consistencia a la mezcla. Enhariné las cocas e introduje un poco de la mezcla en cada una. Cuando ella introducía el azúcar glas en el centro de cada torta volaba a sus mejillas pálidas y las cubría en una capa aterciopelada. Yo besaba esas mejillas dulces mientras ella reía de amor.
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Entonces lo hice, tan rápido como pude. Tan pronto como el horno botara el hermoso aroma de Ligeia, sacaría los postres e introduciría el azúcar glas dentro del chocolate. Miles de partículas dulces secaron las lágrimas que intentaban salir con sus recuerdos.
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El cadáver de mi segunda esposa momificada despertó con el calor del postre. Mientras se descubría su belleza pude evidenciar esa hermosa cabellera… negra, y unos ojos penetrantes y expresivos de… Ligeia.